Luego de Whiplash, quedo anonadado La La Land, aunque la gama de emociones que me generó esta película responde a un trasfondo más complejo, que va mucho más allá del hecho de que se trata de un maravilloso musical que rescata el glamour y las vicisitudes de ingresar al mundo del espectáculo, y tiene que ver con la cruda realidad de esa travesía repleta de obstáculos que es ese mundo anhelado por muchos. Damien Chazelle relata como nadie una historia que supera el simple sacrificio de la búsqueda de los sueños, construida con un contraste mágico entre fantasía y realidad que puede emocionar tanto como desilusionar, dependiendo de la óptica de cada espectador y sus expectativas con respecto a sus propios sueños.
Realmente no esperaba mucho del proyecto, ya que el género no es el más querido de Hollywood en los últimos años. Los últimos dos musicales que vi fueron Les Misérables y Rock of Ages, y ambos me parecieron insoportables de principio a fin, aunque al menos la primera se salvaba con interpretaciones poderosas y algunos números realmente intensos. A la segunda no la pudo salvar ni la nostalgia por el rock de los setenta y los ochenta. La La Land, sin embargo, me hizo sentir como lo hicieron pocos musicales, y me hizo percatarme de lo abandonado que tengo a la época dorada del cine. Solo hace un par de semanas recordábamos todos a Debbie Reynolds y su impactante debut con Cantando Bajo la Lluvia, así que la nostalgia ya estaba en la atmósfera antes de ver lo que Chazelle tenía con su nuevo trabajo.
Inspirado en varios clásicos como la mencionada obra de Gene Kelly, y hasta prestando de joyas más contemporáneas como Moulin Rouge!, esta película empieza como todo buen musical, con una secuencia que anticipa la energía completa de la obra, sin tapujos ni vergüenza alguna, en medio de un atasco en alguna autopista norteamericana. Desde el “vamos” hay entrega y dinamismo, y uno está más que preparado para el resto de la historia, o al menos eso es lo que yo pensaba luego del prólogo. Luego de eso conocemos a Mia (Emma Stone), una aspirante a actriz que trabaja actualmente en una cafetería en medio de un estudio cinematográfico, y que sueña despierta cuando una famosa actriz ingresa al local y pide algo para llevar. Cuando no trabaja, acude a audiciones tras audiciones, aunque en ese instante ya está acercándose al límite de la paciencia, habiendo asistido a muchas pruebas, sin conseguir resultados positivos.
Por otro lado, tenemos a Sebastian (Ryan Gosling), un amante del Jazz que sueña con tener su propio local nocturno donde pueda rendir homenaje a los íconos más grandes de la música, y cuando no desaprovecha su talento tocando piezas que le parecen simplonas en esencia, visita un viejo club de Jazz que fue convertido en un bar de servicios que le resultan básicos y ofensivos, lo que le sirve de motivación para seguir peleando por lo que sueña. Ambos se cruzan en varias ocasiones, aunque al principio podría decirse que malinterpretan la señal del destino. Después de todo, cualquiera pensaría que son idóneos el uno para el otro: dos almas soñadoras buscando cumplir sus metas en el mundo del espectáculo, y en un aspecto general, todo indica que son la pareja perfecta. Congenian rápidamente y encuentran romance en la empatía por el sueño del otro, aunque la odisea que les espera resulta ser más dura de lo que ellos esperaban.
Por supuesto, todo esto se da con varios números musicales en el medio, unos más inspirados y coloridos que otros, aunque la fotografía de Chazelle se mantiene más terrenal, incluso cuando se da un número adentro de un observatorio astronómico, y Emma y Sebastian experimentan el inicio de su relación con una secuencia mágica. No por nada, luego de eso, no hay ningún número musical con la misma fuerza hasta cerca del desenlace de la historia, y es porque Chazelle quiere que el espectador recuerde que no se trata de una historia de amor en absoluto, sino de un relato crudo y visceral de lo difícil que puede ser el ascenso a la fama y la búsqueda de la superación personal, al menos en este ámbito. Es lo que ocurrió en Whiplash, con el personaje de Andrew alcanzando la perfección artística después de deshacerse de cualquier obstáculo en su camino, incluyendo a su novia, con quien mantenía una relación amorosa decente. Convengamos que ahí se trataba de una relación algo más demente con su mentor, pero el mensaje es el mismo: el camino de los soñadores puros debe ser absoluto.
No creo que eso haga del relato uno perverso ni oscuro, sino simplemente realista, y lo verdaderamente mágico de la historia es que se ejecuta demasiado bien ese contraste de lo musical con lo real, aunque no completamente. En un punto avanzado de la película, Mia y Sebastian se sientan a cenar y conversan largo rato, discutiendo y poniendo en la mesa todos los problemas que no tuvieron en cuenta hasta ese entonces, y si bien el punto de Chazelle creo que es presentar la parte más creíble de la relación, dejando de lado toda la fantasía musical, creo que eso afecta al tono de la película. Al principio, tampoco estaba del todo convencido que Gosling y Stone tuvieran lo necesario para llevar adelante un musical, pero en conjunto con lo magnífico que es en un nivel técnico, ambos resultan sencillamente encantadores, aunque no sé si podrían salirse con las suyas en algún otro musical.
La La Land es una película para los locos que se atreven a soñar, pero no pinta ese camino con flores ni fuegos artificiales, sino en la medida necesaria para sentirse estimulado, sin olvidarse de las adversidades ineludibles ni los sacrificios que pueden ser bastante tormentosos. Como película, es un gran homenaje a la época dorada de Hollywood, y a la vez se hace espacio para parodiar y criticar un poco el estado de la industria actual, donde uno tiene que desnudarse y humillarse a veces si quiere tener alguna oportunidad. Si a alguien no le genera ganas de revisitar clásicos del género, probablemente no sea su estilo de película, pero sin duda alguna también es admirable lo mucho que respeta a todo lo que vino antes, dándole un giro actual a la típica historia de superación, deslumbrando y conquistando en el viaje.
Como reflexion personal me identifico totalmente con Sebastian, desde niño creci viendo las peliculas del cine Mexicano de la epoca de oro y de Hollywood, hay magia en ellas si nos detemos a verlas nos muestra una sociedad y costumbres totalmente distintas a las de la actualidad, vivimos otros tiempos pero una ocasion me comento Don Ignacio "Eres una alma vieja" te gusta tener amistades mayores que tu y te gusta lo clasico no puedes contra eso, para mi el Cine como para Sebastian el Jazz hemos tratado de rescatarlo y difundirlo en las nuevas generaciones y no permitir que muera al menos mientras uno viva, los sueños se cumplen si uno se lo propone, pero la vida es una ruleta todos los dias jugamos y no sabemos que nos espera, cualquier decision que tomemos es buena, el amor cuando nos toca la puerta se vive, se disfruta, para mi a diferencia de Sebastian prefiero continuar con la persona que sera un motor de motivacion para lograr lo que me proponga en mi vida y poder complementarla, pero ese soy yo, haber que me dice el destino.
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