viernes, 11 de octubre de 2013
Vida, pasion y muerte de German Valdes "Tin Tan"
Fotografia Rosalia Julian (esposa) German y sus hijos Carlos y Rosalia.. Cortesia de Rosalia Valdes...
Rosalía Valdés Julián, hija de Tin Tan, cuenta que a los pocos días de que había nacido su padre, cuando lo llevaron a bautizar allá por 1915, el cura que oficiaba la ceremonia acabó todo empapado, y no precisamente por el agua bautismal con que rociaba la mollera del niño. Todo fue por el incidente suscitado cuando la abuela determinó ante la pila bautismal que su nieto debía llevar el nombre de origen italiano: Germán. La madre del pequeño se enojó mucho y le arrebató a su hijo gritando: “¡Mi hijo se llamará Genaro Cipriano!”.
Fue tal el forcejeo que el ropón del niño se rasgó produciendo un ruido muy feo y el bebé quedó descubierto del ombligo para abajo. En ese momento, el niño empezó a orinar y salpicó el rostro del cura. Al darse cuenta Lupe, la mamá del bautizado, dirigió el mínimo chorro hacia la cara de su suegra, y ésta, escupiendo acá y allá, se abalanzó sobre Lupe para quitarle al niño…
Ante el caos reinante, el cura le pidió a las mujeres que se pusieran de acuerdo pero no pudieron; fastidiado del espectáculo, el sacerdote tomó al niño y, todavía secándose con las mangas de la sotana, anunció a todos: “Hoy queda bautizado este niño en la Ciudad de México, y llevará por nombre Germán Genaro Cipriano Gómez Valdés Castillo”. Y santo remedio, todos se fueron felices y contentos sin imaginar que el pequeño que los había convocado ese día se convertiría no sólo en comediante e ícono de la cultura popular, sino en -como dijera Carlos Monsiváis- el primer mexicano del siglo XXI.
San Germán en cadillac
Rosalía Valdés Julián, quien se encarga de preservar el legado de su padre y es autora del libro La historia inédita de Tin Tan, recuerda que cuando era niña comenzó a darse cuenta de que tenía un papá muy famoso, porque además de que salía con frecuencia en los periódicos, su casa siempre estaba llena de gente. Todavía recuerda los nombres o apodos de quienes los visitaban casi a diario: Tellitos, Artemio, Chava Godínez, Zamorita, El Chocolate, El Cheves, el tío Cristóbal, El Sapo, El Sabio… Y aunque eran amigos con los que se sentaba a tomar coñac, todos ellos recibían dinero de Germán Valdés y fungían como choferes, secretarios y mozos.
“Me acuerdo del último, El Sabio, porque un día que festejaban que éste le había traído su Porsche alemán comprado en Estados Unidos a mi papá, recordaban con risas cómo había sido que lo conoció”, dice la hija del cómico, quien también publicó la anécdota en su libro.
“Veníamos de regreso de Acapulco en el Cadillac negro. Eran cerca de las cuatro de la tarde y mi papá decidió parar en Chilpancingo a poner gasolina. En lo que el coche cargaba, nos dimos cuenta de que había un señor acostado en el piso, junto a la pared, en una parte techada de la gasolinera. Se apretaba el estómago y se quejaba. Mi papá lo vio y no dijo nada. Lo oyó quejarse y le preguntó al que nos servía gasolina si sabía qué le pasaba a aquel hombre. El empleado sólo dijo que parecía que estaba enfermo y pedía un doctor. Al ver que nadie lo ayudaba, se echó en reversa y cuando lo vimos de cerca me puse a llorar. Por la ventana mi papá le preguntó: ‘¿Qué tienes, qué te pasa?’. El hombre, de unos 30 años, trató de dar respuesta, pero en su rostro podía verse que era terrible su dolor de estómago. Mi papá abrió su puerta y le dijo a mi mamá: ‘Me lo voy a llevar a México’. Mi mamá trató de detenerlo, pero mi papá ya se había inclinado para recoger al hombre. Lo cargó y lo depositó en la cajuela del Cadillac. Luego nos pidió una de las almohadas que llevábamos y la colocó bajo la cabeza del hombre, también se quitó la agujeta de un zapato y amarró la cajuela de modo que quedara entreabierta para que entrara aire. Luego, como si nada, subió al coche y arrancó”.
Rosalía Valdés recuerda que no dejó de llorar durante el viaje, sobre todo porque podía escuchar los quejidos que no cesaron ni un momento. “Mi papá se detuvo en el primer anuncio de hospital que halló y, tras estacionarse, pidió ayuda para bajar al hombre y nos dejó en el coche. Luego supimos que el hombre traía reventada una úlcera que, de no haber sido intervenida, como ocurrió esa noche, hubiera muerto. La mamá del Sabio le llevó flores a mi papá todas las semanas, durante unos cinco años. Lo llamaba San Germán”.
El último beso
Rosalía Valdés Julián tiene los derechos de uso de la imagen y marca del nombre del famoso comediante. “Nosotros, la familia, contamos con una firma legal que nos representa y con la que llevamos más de 15 años trabajando en México y Estados Unidos. Así, hemos podido respetar la voluntad de mi papá de cuidar su obra, no sólo el archivo de fotografías y objetos que prestamos para las diferentes exposiciones y homenajes que se le hacen, también preservamos todo un concepto de la comedia, de cómo le hubiera gustado a él que se tratara su imagen. Nos preocupamos de que se le dé el tratamiento cultural y comercial que a él le gustaría si siguiera vivo”, dice la hija del ídolo.
Recuerda también que, cuando era pequeña, llamaba a su papá “Babito”. Ambos tenían una especie de rutina para cuando ella regresaba de la escuela, en la que él le pedía un beso. “Yo era su muñequita, entonces le daba su beso y él se desmayaba. Le tenía que dar otro para que despertara”, cuenta Rosalía.
Luego, Tin Tan se despertaba, pero no reconocía a nadie, y por ahí seguía el juego. Cuando él le pedía sus calificaciones, ella salía corriendo y Tin Tan la perseguía.
Rosalía nos dice que a la muerte de Germán Valdés, en 1973, a causa de un cáncer, fue un golpe que la afectó durante mucho tiempo. Y que una noche, cuando entró a la recámara de su papá para cantarle, lo encontró apretándose el estómago. “Al día siguiente, al llegar de la escuela, vi una ambulancia estacionada frente a la casa. Sentí algo ardiente que me oprimía el pecho y no me dejaba respirar. Cuando mi papá vio que yo estaba allí, actuó como si nada diferente estuviera pasando. Hizo que quienes lo llevaban en la camilla se detuvieran y se incorporó para abrazarme. Me hizo señas de que le diera un beso y me acerqué con miedo a dárselo. Fingió desmayarse para que le diera un segundo beso, como era costumbre, yo se lo di, pero esta vez ya no volvió en sí”.
Por Rogelio Segoviano
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